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La palabra y la voz son herramientas poderosas de comunicación que por lo general se atribuyen sólo a los adultos, pues en la visión más frecuente que se tiene de los niños estos son seres pequeños que no entienden lo que sucede a su alrededor, lo que se les dice y que definitivamente no pueden ser generadores de grandes ideas. La realidad es radicalmente opuesta. Los niños son seres llenos de potencial y habilidades esperando ser desarrolladas, si es que nosotros, sus adultos cercanos, diseñamos un universo que los rete y los invite a explotar todo eso que ellos ya son, como por ejemplo: ingenieros, constructores, artistas o grandes contadores de historias llenas de ciencia ficción, de amor, acción y algunas veces, mucho drama.
Los niños están comunicando constantemente mientras juegan, mientras pelean, dibujan o incluso cuando callan, y muchas veces no prestamos atención a lo inmensamente significativo de una narración en la que Barbie y un Power Ranger comentan que Polly Pocket y Rainbow Dash están molestando al Osito Peludito solo porque su panza está gordita por comer tanta avena y galletas de animalitos.
Una persona es enorme cuando habla de frente y cree fervientemente en lo que dice y si nos ceñimos a esta idea , los niños son tan grandes como unos gigantes en un mundo de duendes, pues suelen decir la verdad aún cuando esta pueda resultar incómoda para otros. Entonces, ¿por qué mandarlos a callar cada cinco minutos?. Es cierto que en el complicado universo de los adultos se aprende a “qué decir”, “cuándo decirlo” y “cómo hacerlo” para no romper las normas de lo políticamente correcto, pero sucede también (con mucha frecuencia) que en este proceso perdemos nuestra voz, el volumen para hacernos escuchar, la convicción para decir lo que pensamos y el valor para enfrentarnos a lo que venga después de hacerlo. Y es que tal vez nadie nos dijo de niños cuán importantes somos, cuán fantástico es lo que pensamos, cuán poderosa es nuestra voz y cuánto derecho tenemos a usarla.
Es nuestro deber como padres amorosos alimentar la fuerza del corazón en nuestros hijos. Ese valor que los puede llevar a comerse el mundo sólo con decir un “HOLA” bien dicho. Tal vez suene complicado, pomposo y hasta un poquito muy “la Rosa de Guadalupe”, pero tenemos el compromiso de prepararlos para luego dejarlos enfrentar la vida ellos solitos, así que empecemos por ofrecerles todos los recursos posibles poniendo en en práctica algunas costumbre que nutran su autoestima, los hagan sentir seguros y enriquezcan su lenguaje y las ganas de usarlo, como por ejemplo:
Queremos que nuestros hijos sean fuertes, independientes, valientes, amables, empáticos y (básicamente) felices, entonces no callemos sus ideas. Demos herramientas para que comunicarlas correctamente, sea la única forma que conozcan para hacerlo. Que su voz se escuche en cada rincón de cualquier habitación por grande que esta sea, y que sus ideas fluyan sin confusiones para que sus palabras transmitan sus sentimientos con elocuencia y verdad. Demos a nuestros hijos las herramientas para no vivir en silencio, para no vivir con temor. Regalémosles una voz que resuene en el corazón de cada persona que los escuche.