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A nuestros hijos los queremos porque los queremos y no hay forma racional ni científica que pueda explicar realmente lo que sentimos por ellos, pero sentimos lo que sentimos y eso es todo. Lo mismo pasa (pero distinto y con un poquito de suerte) con los otros miembros de nuestra familia, sin importar cómo se componga la misma.
Este cariño tácito y que no cuestionamos la mayor parte del tiempo, nos da la sensación de que la relación que tenemos con nuestros hijos y familiares siempre va a estar ahí y ser así: quieta, permanente e inacabable. Esto es verdad en la medida en la que somos las madres de nuestros hijos, las hermanas de nuestros hermanos , las hijas de nuestros padres, pero el nombre que recibimos dentro del orden familiar sólo nos ofrece una ubicación específica en el árbol genealógico de la familia, mas no puede asegurarnos una relación real con ellos, ni tampoco, un vínculo poderoso con nuestros seres queridos.
Cuando hablamos de vínculo nos referimos a eso que nos une a otras personas de manera intangible e invisible. Eso especial que sólo compartimos con alguien de nuestra familia, con un amigo, una maestra, con quien trabaja en la tienda del barrio y que nos conoce desde que no teníamos hijos que ahora piden helados cada vez que vamos a comprar avena y lechita para el quaker de la lonchera de los chicos, o con cualquier persona que se relaciona con nosotros en el transcurso de nuestra vidas. Cada vínculo es único e irrepetible, y debe ser trabajado y alimentado para que se vuelva fuerte y duradero.
Lo mismo sucede con el vínculo que tenemos con nuestros hijos, pues es cierto que éste nunca desaparecerá ya que existe más allá de nuestra voluntad y consciencia, pero sin duda su solidez y relevancia dependerá de cuánto empeño pongamos en nutrirlo, moldearlo, cuidarlo y protegerlo del olvido que la vida rápida y la tecnología parecen ofrecer cada una de las veces, amenazando constantemente con debilitarlo hasta volverlo casi invisible.
Es verdad que el tiempo que pasamos en casa y en familia suele ser poco pues las actividades relacionadas a nuestras responsabilidades de adulto no nos lo permiten, y entre los trabajos, las tareas del hogar, las conversaciones por redes sociales y las mil y una distracciones que se presentan todos los días, ¿qué tiempo le dedicamos realmente a la comunicación familiar?. Empezar el día con un hola, un buenos días, un abrazo y si es posible una sonrisa, pueden hacerte merecedora de la confianza de tus hijos para contarte eso que podrían no estar contándote más adelante, y que podría significar la diferencia entre sus decisiones en un futuro no tan lejano. No es fácil encontrar un equilibrio entre lo que queremos, lo que nos gusta, lo que debemos hacer y lo que es verdaderamente importante, pero tampoco es imposible hacerlo y lo cierto es que es necesario y un placer al mismo tiempo, estrechar el vínculo entre los miembros de una familia, así que aquí te dejamos algunas ideas que puedes poner en práctica desde hoy mismo para conseguirlo:
Como ves las posibilidades son varias y todas son un pretexto para pasar tiempo juntos. Aprovecha cada oportunidad que tengas y habla con tus hijos, abrázalos y diles cuánto los quieres, así ellos se sentirán cómodos expresando cariño a su familia y a quienes sean importantes en su vida. Fortalecer el vínculo entre padres e hijos solo requiere las ganas de hacerlo así que tira los dados y comienza a jugar.