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No hace mucho, en un contexto pre pandémico, nuestras niñas y niños iban al colegio y tenían una vida propia de la que conocíamos solo lo que ellos querían compartir con nosotros. Creaban sus propios universos, construían relaciones y vínculos según sus gustos y posibilidades, mientras nosotros, sus padres, trabajábamos en una oficina, un tienda, un taller, un banco o desde casa, sin saber mucho sobre lo que pasaba en su día.
Por supuesto recibíamos información de maestras y maestros, participábamos de algunas actividades junto a toda la comunidad escolar, interactuábamos con las madres y padres de los compañeros de salón de nuestras queridas bendiciones y nos sentíamos aceptablemente informados sobre lo que ocurría en su rutina diaria, ocho horas al día, cinco días a la semana, diez meses al año. Y así transcurría la vida escolar, entre reuniones de bienvenida, listas de útiles, libros de mate , pensiones y clausuras.
Y todo bien, hasta que la pandemic life nos sorprendió y bueno, la historia cambió por completo.
Ahora madres, padres, hijos, perros, gatos y pericotes, compartimos el mismo espacio físico, nos turnamos los aparatos electrónicos y hablamos a gritos que solo escucha quien no está conectado, pues todos los demás usan audífonos y los audífonos son parte primordial del kit en estos tiempos y dinámicas extraordinarias.
Y está claro que, si podemos quejarnos de esta rutina, pues somos de los afortunados por muchos motivos.
Con estos grandes cambios y nuestras niñas y niños tomando clases en la sala de casa, nos enteramos de todo lo que sucede dentro del aula, pues nosotros somos parte de ella e indudablemente, ella es parte de nuestra vida cotidiana. Y esta nueva forma de aprender y enseñar tiene algunos puntos a favor, pero muchas desventajas, como que hemos perdido la privacidad por completo y siempre podemos aparecer en plena clase a medio vestir o saliendo de la ducha.
Por otro lado, en un intento de promover, sostener y celebrar la autonomía de nuestros hijos, evitamos estar muy cerca y a veces olvidamos que la virtualidad requiere de ciertas reglas que funcione y hay que ayudar a los niños a cumplirlas.
Así que si, debemos impulsar la independencia. Si, debemos guiar a nuestros niños por el camino de la autonomía. Si, debemos darles privacidad y recuperar la nuestra, pero al mismo tiempo tenemos el deber (o la obligación) de acompañar a nuestras hijas e hijos para lograr el máximo provecho de cada sesión virtual, pues la educación presencial tiene más espacio para el error y el ensayo, mientras que la educación a distancia pide a gritos la efectividad y óptimo uso del tiempo frente a una pantalla.
Es por esto que es necesario que repitamos a diario varios puntos importantes que los niños deben tener presente cada día, como:
- Recordar que el micrófono debe estar apagado siempre
- Dirigir la cámara hacia un espacio privado (si es posible, claro)
- No hacer comentarios sobre temas que no sean los que correspondan a cada sesión de estudio.
- No jugar compartiendo pantalla con asuntos personales.
- No hablar con nadie en casa mientras sucede la explicación de la clase.
- Entender que cuando están conectados, no están en casa, están en el “aula”.
- Estar pendiente de la hora y el tiempo para no olvidar entrar en el momento que corresponde, pues la puntualidad es sinónimo de respeto.
Escuchemos con atención la forma en la que se comunican nuestros niños entre ellos y con sus maestros, pues si hubiera un problema, podremos detectarlo a tiempo y darle solución inmediata.
Nuestra presencia y nuestra guía son muy importantes en esta forma distinta y temporal de aprender y, aunque a veces no es posible que acompañemos todo el tiempo, si debemos encontrar momentos para repasar estos puntos juntos.
La familia es el nidito de donde empiezan surgir todos los conocimientos y es tiempo de aprovecharla al máximo.
Así que no más excusas, es momento de involucrarnos mucho en el desarrollo de nuestras hijas e hijos y participar activa, consciente y responsablemente del encierro ys sus posibilidades.