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Las palabras importan ¿Por qué es importante enseñar con el ejemplo?

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Hace algún tiempo que del puente a la alameda  ando derramando lisura  sin gracia ni finura y aunque lo que más quiero es no soltar tantos ajos ni cebollas, algo en mi parece estar fuera de control.

Recuerdo vívidamente, hace poco más de 10 años, haciéndome la promesa de no usar ciertas palabras frente a mi (mis) hija (s) mientras miraba mi cuerpo redondo  y gigante en el espejo de mi cuarto; promesa que cumplí cabalmente hasta que mi primera fiera llegó a "los terribles dos" y entonces se pudrió todo.  

Con una facilidad admirable y la truculencia que la caracteriza , ella cambió la vida sin darme oportunidad de  hacer las cosas según mis planes , esos que apunté en mi libretita azul durante mis noches de insomnio embarazado. De pronto, ya con dos hijas,  cambié los "NO CARIÑO" por algunas frases no tan amables y significativamente menos amorosas  seguidas de culpa, llanto y arrepentimiento profundo de mi parte, jurándome no volver a decir esas "feas palabras"  frente a mis niñas. 

Pero he notado que cada día tengo menos cuidado de lo que digo, por ejemplo mientras manejo camino a ver a los abuelos o me cruzo con algún ciclista que va a toda velocidad por la vereda. O cuando  me refiero a algún episodio desagradable durante mi semana o simplemente cuando el piso de la sala aparece lleno de plastelina, papelitos y gotas de témpera justo después que lo limpié y así como quién no quiere la cosa,  cada 10 palabras suena un BIIIIIIPP agudo y potente  (en mi cabeza, claro).

Y hasta aquí todo terrible, pero todo bien, hasta que una tardecita un silencio de esos que resultan  sospechosos en mis pequeñas fieras, me alerta y pone en  "on" mi sentido arácnido",  el que me lleva sigilosamente hasta la puertita de su cuarto  para comprobar (con alguito de pena y mucha vergüenza) cuán  amplio es su vocabulario.  Me quedo ahì sin hacer ruido escuchando, pues no tengo corazón para desenmascararlas, y es que yo sé que ambas saben que esas palabras que secretamente están usando entre risitas con tanto placer, están más que prohibidas y admito (aunque no debería) que escucharlas me arranca mudas carcajadas.

Entonces todo lo que escribí en mi libretita azul no sirvió para nada. Todas las promesas que me hice como mamá, todas las reglas inquebrantables y los errores que jamás cometería, hoy parecen ser una parte cotidiana de mi maternidad.  

Cómo les explico que hay palabras que ellas no deben decir, no pueden decir, no es bueno que digan y sobre todo que hay palabras que NO tienen permiso para decir, si son las que me escuchan vociferar cada vez que hablo de política, de mi cocina diminuta, de sus zapatitos tirados por toda la casa o de la vecina diabólica del 306.  Mi autoridad moral es nula  si no predico con el ejemplo. 

Y es en esos momentos en los que me pregunto si acaso  será menos escandaloso si en vez de los insultos convencionales me invento alguno como  "por la silla amarilla" o "ándate a la mermelada de naranja". Sin embargo se bien que cada vez que uso palabras  que hubiera sido mejor no usar, algo en ellas se rompe  y entonces me golpeo el pecho por mi culpa, por mi culpa , por mi gran culpa (metafóricamente no más)  mientras las voy parchando con babita  y les (me) prometo ser consciente de lo que digo para no dejar de ser un ejemplo para ellas.

Lo cierto es que no puedo evitar preguntarme si la potencia está  en lo  que decimos o en  cómo lo decimos, pero esta es una hipótesis que no se si quiero comprobar, así que  tal vez lo mejor sea contar hasta mil cada vez antes de decir cosas de las que pueda arrepentirme, pero claro,  mi sexto sentido (ese que tenemos todas las mamás) me lleva a pensar que lo más probable es que me dedique a contar mucho en mi vida. 

Eduquemos con el ejemplo, pues es la mejor manera de que cada aprendizaje quede registrado como una experiencia real, de provecho y positiva,  en vez de hacer que todo se vaya a mermelada de naranja. Las palabras importan y la decisión de usarlas o no hacerlo, es nuestra. 

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